El Imperio Romano, desde el siglo I a.C. hasta el siglo IV d.C., mantuvo contactos militares, diplomáticos y comerciales con regiones del África subsahariana. A pesar de la creencia común en la intransitabilidad del Sahara, los romanos lo veían como un obstáculo complejo pero superable hacia las ricas tierras y las rutas comerciales del sur de África.
Como resultado de las expediciones y las relaciones comerciales, se establecieron rutas importantes que conectaban el Mediterráneo con los territorios subsaharianos. Los intermediarios, incluidos los habitantes de las regiones desérticas, intercambiaban bienes romanos – vino, aceite de oliva, telas – por oro, marfil, especias y esclavos provenientes de las profundidades de África.
Los hallazgos arqueológicos de monedas y artefactos romanos, descubiertos en el actual Mali, Uganda y Kenia, confirman estos contactos comerciales, aunque la expansión romana en estas regiones fue limitada.
La política romana en el norte de África implicaba el control sobre los antiguos territorios cartagineses, Numidia y Mauritania, así como Egipto, lo que les permitía gestionar recursos clave y asegurar las rutas comerciales. Las guarniciones militares y las misiones diplomáticas llegaron a las fronteras meridionales de Egipto y el norte de Sudán, demostrando el interés estratégico de Roma en estas tierras.
Estos contactos y el comercio impactaron significativamente en el desarrollo sociocultural de las regiones de África subsahariana, fomentando el intercambio de conocimientos, tecnologías y bienes entre las civilizaciones. Las rutas comerciales a través del Sahara se convirtieron en arterias que conectaban el mundo antiguo y África, abriendo nuevas oportunidades para la interacción económica y cultural.
Así, las expediciones y el comercio romanos, a pesar de las barreras naturales, jugaron un papel importante en el establecimiento de conexiones entre el Mediterráneo y África, dejando una huella significativa en la historia y la arqueología de ambas regiones.