Los astrónomos han descubierto el chorro más grande jamás visto en el universo temprano, que se extiende al menos 200.000 años luz, el doble del tamaño de la Vía Láctea. El chorro, que emana de un cuásar llamado J1601+3102, se formó cuando el universo tenía solo el 9% de su edad actual. Este descubrimiento proporciona información valiosa sobre la formación de los primeros chorros gigantes en el universo temprano.
Los cuásares son núcleos galácticos extremadamente luminosos alimentados por agujeros negros supermasivos. Emiten poderosos chorros de materia energética que pueden ser detectados por radiotelescopios a grandes distancias. Si bien estos chorros son relativamente comunes en el universo cercano, han sido mucho más difíciles de encontrar en el universo distante y temprano.
El chorro recién descubierto, identificado utilizando la red de radiotelescopios LOFAR, es el más grande jamás observado en el universo temprano. Las observaciones de seguimiento con el telescopio Gemini North y el telescopio Hobby-Eberly proporcionaron una imagen completa del chorro y del cuásar que lo produjo.
El cuásar J1601+3102, que alimenta el chorro, se formó cuando el universo tenía menos de 1.200 millones de años. Si bien los cuásares pueden tener masas miles de millones de veces mayores que la de nuestro Sol, este es relativamente pequeño, con un peso de 450 millones de veces la masa del Sol. Los chorros de doble cara son asimétricos tanto en brillo como en la distancia a la que se extienden desde el cuásar, lo que sugiere que un entorno externo puede estar influenciándolos.
La escasez previa de chorros de radio en el universo temprano se atribuye a la radiación de fondo cósmico de microondas, una especie de niebla persistente de radiación de microondas que quedó del Big Bang. Esta radiación de fondo típicamente reduce la luz de radio de esos objetos distantes. Sin embargo, el tamaño y la potencia extremos de este chorro permitieron observarlo desde la Tierra a pesar de su gran distancia.