El 10 de enero de 2015, tras los barbaros ataques dirigidos contra Charlie Hebdo, expresé mi indignación tanto como ciudadano como director de un instituto. La República fue mancillada ese miércoles 7 de enero de 2015. La libertad fue ensuciada y la fraternidad pisoteada. Como proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 'La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más preciados del hombre.'
En 2015, demostramos colectivamente una fuerza y resistencia a la altura del desafío planteado, representando el bien común que encarnan los valores de nuestra República.
No ceder nunca a los miedos, fantasías o diversas odios fue entonces, y sigue siendo hoy, la única línea de conducta que realmente importa. Esta actitud digna de cada ciudadano, impregnada de un sentimiento democrático, fue la garantía de nuestra capacidad para superar este acto odioso que manchó la bandera de nuestra República.
Porque los criminales en ese momento asesinaron a hombres y mujeres que, antes de ser periodistas o policías, eran ante todo seres humanos. Antes de ser musulmanes, judíos, católicos, agnósticos o ateos, eran nuestros compañeros de lucha para asegurar que hombres y mujeres de diversas convicciones religiosas, pensamientos filosóficos y orígenes pudieran vivir juntos. Fue la libertad la que fue asesinada.
Diez años después, ¿qué queda de esa indignación y despertar colectivo? Hoy vivimos en un tiempo lleno de vacilaciones, diversas fragilidades y conexiones tensadas por un mundo cada vez más violento.
Las 'escuelas' de la República y dentro de la República deben transmitir una verdadera cultura común de respeto, revalorizando ese crisol que permite a cada uno vivir en paz con su vecino. Cada uno, estudiante y adulto, debe aprender más que nunca a rechazar la intolerancia, el odio, el racismo y todas las formas de discriminación que no son más que violencia en todas sus formas.
Las 'escuelas' de la República tienen el deber de educar también sobre todas las formas de libertad: de conciencia, de pensamiento, de escritura y de expresarse de las maneras más diversas, ya sea a través de la escritura, la palabra o cualquier otra forma de arte. Así, cada uno puede adquirir, a través de la escuela y los maestros, las herramientas necesarias para dar sentido a su propia vida.
Finalmente, y quizás como la clave de todo, las 'escuelas de la República' dan sentido a los otros valores fundacionales de nuestra democracia: la igualdad y la fraternidad, así como la laicidad, que garantiza el respeto por todos y la tolerancia hacia cada uno. Porque en nuestra República, no hay lugar para ninguna discriminación. Juntos, unidos por estos principios y valores, seamos dignos, mantengámonos firmes y nunca olvidemos que lo que menoscaba a la humanidad es el veneno de nuestra convivencia, un veneno que solo puede llevar al extremismo y al fanatismo a aniquilar una paz que ha sido tan arduamente alcanzada por generaciones pasadas, en Europa y en el mundo.
Estas palabras son más necesarias que nunca para responder a los males que aquejan a nuestra sociedad. Las generaciones que no vivieron el 7 de enero de 2015 pueden dejarse llevar por un espíritu anti-Charlie, viviendo una reescritura de la historia a través de aproximaciones y mentiras que difunden las redes sociales. La vigilancia es más necesaria que nunca, y es la tinta la que debe fluir siempre, ¡no la sangre!