Al reflexionar sobre frases de la infancia como "No llores, porque la gente verá" o "Los niños no lloran", se revela una creencia común entre los padres de que están inculcando resiliencia y control emocional en sus hijos. Sin embargo, tales enseñanzas a menudo conducen a la supresión de emociones, creando una serie de complejos psicológicos.
Esta supresión emocional puede resultar en adultos que luchan por expresar sus sentimientos, incluso con las personas más cercanas, y que pueden ser considerados "emocionalmente cerrados". El proceso de criar y educar a un niño comienza al nacer, donde experimenta amor, cuidado y afirmaciones positivas, formando hábitos durante la alimentación, el sueño y la interacción.
La educación emocional sirve como una voz guía para los niños, brindando aliento y un sentido de seguridad en cada paso, enseñándoles a levantarse después de cada caída. A la edad de ocho años, los niños desarrollan autoconciencia y comprensión del mundo que los rodea, formando sus personalidades e intereses.
A medida que los niños exploran sus emociones con curiosidad, es el papel de los padres proporcionar apoyo, independencia y amor diario. Los niños deben crecer para convertirse en la mejor versión de sí mismos, entendiendo su potencial y limitaciones. Los padres deben enfatizar la importancia de la autoconciencia y la independencia, evitando la sobreprotección, que puede llevar a la irresponsabilidad o a una baja autoestima.
Cuando un niño comete un error, en lugar de castigo, los padres deben explicar qué salió mal y cómo hacerlo mejor la próxima vez. Ayudar a los niños a entender sus emociones es crucial; necesitan saber lo que sienten, por qué lo sienten y cómo manejarlo.
A medida que los niños maduran, deben recibir más responsabilidades, aprendiendo que la vida no se trata solo de derechos y libertades, sino también de la responsabilidad por sus acciones, lo que fomenta la independencia.
Desde una edad temprana, los niños deben aprender que no siempre pueden tener todo lo que quieren de inmediato. Por ejemplo, si un niño de ocho años pide un teléfono inteligente caro, explique claramente y con respeto por qué no es apropiado para él. Si reaccionan con ira, eso indica que no han aprendido a aceptar la decepción. Con el enfoque correcto, tales situaciones se pueden explicar con calma.
Enseñe a los niños a encontrar la felicidad en lo que ya tienen, mientras los anima a esforzarse por más sin reprimir sus ambiciones.