Durante unas vacaciones en el Parque Provincial Point Farms, cerca de Goderich, Ontario, Canadá, un niño llamado Lucas Atchison descubrió un objeto metálico inusual en la arena utilizando un detector de metales. El hallazgo resultó ser parte de la estructura de un barco: un clavo metálico incrustado en un fragmento de madera antigua.
Posteriormente, los arqueólogos iniciaron excavaciones, que revelaron que los restos pertenecían a una goleta de madera de dos mástiles. La embarcación se distinguía por una construcción reforzada con marcos dobles, lo que indicaba su resistencia y su propósito para el transporte de carga.
Según los investigadores, podría tratarse de la goleta St. Anthony, que se hundió en el lago Hurón en 1856 mientras transportaba una carga de trigo de Chicago a Buffalo. Los restos fueron descubiertos en un área que corresponde a los informes contemporáneos de la ubicación presunta del naufragio. Sin embargo, la identificación final de la embarcación aún no ha sido confirmada.
Para preservar la estructura, los especialistas planean devolverla bajo tierra en un ambiente libre de oxígeno. Esto ayudará a evitar que la madera se deteriore y a conservar el hallazgo durante al menos 50 años. El descubrimiento de Lucas Atchison destaca cómo la tecnología moderna y la curiosidad pueden conducir a importantes hallazgos históricos y contribuye a la preservación del patrimonio cultural de la región. Este tipo de hallazgos nos recuerdan la importancia de la historia marítima y la necesidad de proteger nuestro patrimonio cultural, un tema que resuena especialmente en países con una rica tradición naval como España y varios países de Latinoamérica, donde la exploración y el comercio marítimo han sido fundamentales en la historia.