El impacto de la naturaleza en la salud mental y física: Perspectivas de estudios recientes en Cataluña

En busca de un estilo de vida más saludable, Berta Valenciano se mudó recientemente de Barcelona a la región del Ripollès. Ella explica: “Tuve que irme debido al aumento de los costos de vivienda, pero también quería vivir más cerca de espacios verdes, lo que era imposible en mi barrio.” Ahora residenciada en una masía compartida, Berta informa de mejoras significativas en su bienestar físico y mental: “Vivir cerca de las montañas me mantiene activa. Siempre que tengo un poco de tiempo libre, salgo a caminar. Despertarme sin el ruido de los coches y ver la naturaleza desde mi ventana me hace sentir muy bien. He notado que soy mucho más feliz.”

Esta percepción está respaldada por investigaciones científicas. Numerosos estudios indican que la exposición a bosques, parques y jardines impacta positivamente en la salud física y mental, promoviendo la actividad física y ofreciendo oportunidades para la interacción social. Estas conclusiones se discutieron en un reciente debate titulado “¿Podemos estar sanos lejos de la naturaleza?”, organizado por el Centro Excursionista de Cataluña (CEC), en el que participaron la especialista en medicina integrativa Dra. Cristina Pellicer Sabadí, la directora de la Fundación Esportsalus Mariona Corbella y el comunicador científico David Bueno.

Corbella enfatiza: “Muchos factores influyen en la salud de una persona, y no es exclusivo de la naturaleza. Sin embargo, si consideramos la salud como un estado de bienestar físico, emocional, mental y social, probablemente estaremos más sanos si estamos cerca de un bosque, un parque urbano o una montaña.” El contacto con la naturaleza impacta en varios niveles: mejora las funciones respiratorias, refuerza el sistema inmunológico, reduce las alergias, trastornos del sueño y mejora la absorción de vitamina D. “No es necesario escalar el Everest; Barcelona tiene parques y el mar,” puntualiza la Dra. Pellicer.

En cuanto a los beneficios psicológicos y emocionales, el contacto con la naturaleza mejora la atención, la concentración, la capacidad de tomar decisiones y reduce la fatiga mental, el estrés y la ansiedad. Alba Ferrer, residente de 36 años en una casa en medio del bosque en Baviera, comparte: “Los días que me siento un poco ansiosa, salgo a caminar para calmarme. Solo un corto tiempo mirando el paisaje y rodeada de los sonidos naturales de los pájaros, el río y las hojas... me ayuda mucho a regular las malas emociones.”

¿Por qué la naturaleza cambia nuestra percepción? ¿Por qué nos ayuda a desconectar de los problemas diarios? Parte de la respuesta podría encontrarse en la amígdala cerebral, que es la zona encargada de generar emociones. David Bueno, doctor en biología y profesor e investigador de la sección de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo de la Universidad de Barcelona, explica: “Vivimos en un entorno moderno, pero nuestro cerebro sigue siendo primitivo. No hemos cambiado desde el paleolítico, cuando éramos cazadores y recolectores y nos movíamos mucho por la naturaleza para encontrar comida. Nuestra mente aún busca el lugar donde nos forjamos.” Añade: “El cuerpo busca movimiento. Estar sentado un par de horas al día no es un problema, pero nuestro cerebro no deja de pensar en lo que deberíamos estar haciendo, que es caminar por la naturaleza.”

Según Bueno, la forma en que caminamos o nos movemos también influye en nuestro bienestar. “Moverse no significa correr todo el día como locos. En el paleolítico, comíamos sentados tranquilamente. Hablo de caminar sin prisa. Esto le da al cerebro una sensación de estabilidad. Cuando entras en un valle, por ejemplo, antes de salir caminando pueden haber pasado dos horas. En la ciudad, las cosas suceden en segundos. La naturaleza nos aporta tranquilidad.”

Tal como señala la Dra. Pellicer, la naturaleza facilita romper con los hábitos sedentarios. “Cuando estamos en la montaña, caminamos un rato, descansamos, hacemos esfuerzo, movemos los brazos... Esta intermitencia en el movimiento lo hace más eficiente. No nos compensa estar ocho horas sentados al día y escalar un pico de 3.000 metros el fin de semana. Lo más importante es que cada dos o tres horas nos movamos, que el músculo recuerde que existe,” aconseja.

Según Mariona Corbella, directora de la Fundación Esportsalus, “si al ir a la naturaleza además hacemos un poco de actividad física, multiplicaremos los beneficios.” La OMS recomienda hacer entre 150 y 300 minutos de actividad física de intensidad moderada o 75-150 minutos de intensidad vigorosa a la semana, una rutina que no solo mejora la salud cardiovascular, la incidencia de hipertensión o diabetes, sino que también contribuye a mejorar la salud mental, especialmente si se realiza ejercicio al aire libre y en grupo. Según los expertos, es una forma de ganar competencias sociales, ya que suele implicar enfrentarse a ciertos riesgos, lo que propicia crear más lazos personales y estrechar vínculos con los compañeros. “Las ventajas se multiplican cuando sales en grupo; es una de las recompensas que da el cerebro. Estamos tranquilos porque vamos con otras personas y no se deja a nadie atrás. Si alguien se lesiona, sabemos que hay una persona a su lado que le da apoyo,” asegura Bueno.

La evidencia científica también asocia la exposición a espacios verdes durante la infancia a algunos beneficios como la mejora de la capacidad de atención y la memoria y el fomento del aprendizaje. “La naturaleza es crucial para los niños. Activa su sistema inmunológico porque están en contacto con microorganismos que en zonas urbanas no están. Parte del incremento de alergias es una falta de contacto con la naturaleza. Los niños también aprenden a conocerse. Con la edad se aprende y eso madura a base de que lo usamos. Cuantos más sentidos utilicen los niños, más se integrarán,” asegura Bueno.

A pesar de los beneficios que aporta hacer ejercicio en espacios naturales, no siempre las imágenes de actividad física en la naturaleza evocan salud, seguridad o conocimiento. ¿Dónde se sitúa el límite de lo que es saludable y lo que puede perjudicar al organismo? “Cada vez hay más prácticas desmesuradas de distancias o desniveles desmesurados. Ser dependiente de estas actividades tampoco es sano, tanto en el ámbito articular como mental,” dice Corbella, que ironiza con el hecho de que los traumatólogos de aquí unos años se harán de oro. “No podemos ir a la montaña de cualquier manera, hay que estudiar cómo hacer estas prácticas para que sean saludables.”

Según datos del GRAE, desde la pandemia se ha registrado un incremento significativo de personas que van al bosque y a la montaña, ya sea a pasear, hacer deporte o disfrutar del entorno en familia. “No es lo mismo hacer deporte en el gimnasio que en la naturaleza. La sala polideportiva no tiene incertidumbre y en el medio natural es imprescindible estudiar las condiciones meteorológicas con antelación, los desniveles, controlar que no se nos haga de noche... También hay que adaptarse a los niveles del grupo,” dice Corbella, que aconseja que es necesario educar todo esto para reducir riesgos y hacer la práctica saludable. Las personas que deciden hacer excursiones a la montaña o en espacios naturales deben tener en cuenta algunas de las recomendaciones básicas, como las que facilita la Federación de Entidades Excursionistas de Cataluña.

Se trata de planificar la actividad teniendo en cuenta el nivel del grupo, adaptando el recorrido, la duración y el desnivel, informarse siempre de las condiciones meteorológicas, llevar equipamiento adecuado a la actividad que se haga y ropa para posibles cambios de tiempo. También es recomendable llevar a la mochila un frontal por si se hace de noche, crema solar, gorra, crema labial y una cantimplora llena de agua. Además de llevar comida por si se hace una comida fuera, también se pueden llevar frutos secos o fruta para comer durante los descansos.

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